La quiescencia de la materia, todo un arte
Quiescente. (Del lat. quiescens, -entis). 1. adj. Que está quieto pudiendo tener movimiento propio.
Real Academia Española
ARTE: Habilidad del ser humano para acceder a la quiescencia y alcanzar la plenitud.
Sucede que a veces la materia aparenta estar dormida, inerte, inexpresiva, perezosa, paralizada o incluso desinteresada, sin aparente movimiento, sin vida. Parece que mostrara todo lo que es, todo lo que puede decir, todo lo que puede hacer, todo lo que la contiene. Parece materia de la que no va a surgir sino aquello que ya está ahí, lo que se ve a simple vista. Podríamos incluso no esperar gran cosa de ella, puesto que su estado inerte, en apariencia, no estimula a crear grandes expectativas respecto a sus posibilidades de cambio o de transformación, de su posible potencial interior.
Y apenas la miramos, apenas fijamos en ella nuestra atención, apenas apreciamos todo lo que puede habitarla, no observamos lo que quizás se esté desprendiendo tímidamente de ella para darnos una información, un conocimiento, ponernos sobre aviso, o ensalzar nuestros sentidos, nuestra atención, dejando que nos conduzca hacia un diálogo con nuestra sensibilidad corporal, con la pura materia que también somos, aquella que nos enraíza en la tierra y nos recuerda que, después de todo, también en polvo nos vamos a convertir.
Sucede que a veces la materia, en apariencia dormida, tan sólo se haya aquietada, en silencio, en un estado de quiescencia, de quietud contemplativa, guardando un potencial, aguardando una nueva expresión, una manifestación por venir, una mirada, latiendo en sí misma a la espera de que algún agente externo la despierte, o tal vez la estimule, incitándola a realizar un viaje de transformación, centrada y rendida a su existencia.
La quiescencia existe en las células madre, cuando éstas se mantienen inactivas en su tejido de origen, pero pueden activarse ante determinados estímulos, dividirse y dar lugar a nuevas células hijas, diferenciadas y capaces de reemplazar a las perdidas. También existe una quiescencia sísmica, que da lugar a un aparente estado de quietud de la energía telúrica, y que antecede en muchas ocasiones a movimientos sísmicos potentes. Y se da a su vez en semillas o plantas que no han germinado por la acción desfavorable de variables ambientales, permaneciendo en un aparente letargo y resurgiendo cuando se dan las condiciones adecuadas para su desarrollo y crecimiento. También las protuberancias del sol pueden ser quiescentes y los agujeros negros que surcan nuestro cosmos.
La quiescencia es un potencial que subyace en la materia y le da posibilidades de transformarse a sí misma y al entorno. Es el estado en el que el gusano, después de tejer su capullo y de envolverse en él completamente, se abandona al acontecimiento de transformación de la materia, en una aparente quietud, en una rendición que no opone ninguna resistencia, dejando ser lo que irremediablemente ha de ser. Rendición que le lleva inexorablemente a la plenitud, a su Ser mariposa.
Y termina siendo, la plenitud, si se deja el tiempo necesario para que este acontecimiento suceda, si logramos aquietar al Ser. La quietud, en cualidad de “despierta”, genera un movimiento interno y creador, o tal vez suceda a la inversa y sea el movimiento creador el que origina un estado de quietud. Finalmente la materia se desliza, revive, se transmuta, y lo hace en un proceso de rendición a lo que inevitablemente la contiene, sin resistirse al proceso natural de dejarse hacer en sí misma la cualidad de ser, de simplemente dejarse Ser. Es un proceso en el que la mente, ahora acallada, aquietada, tiene muy poco o nada que ver.
En La fábrica de lo absoluto, novela que Karel Capek escribió en 1922, se habla de la creación de un carburador atómico que extrae energía a partir de la materia que desintegra, dejando en el proceso un residuo: Dios.
“ Imagínate que lo Absoluto está contenido en la materia en forma latente, como si dijéramos en estado de energía potencial; o bien, sencillamente, que Dios es omnipresente y que, por tanto, se halla presente en la materia, en cada molécula de materia. Y ahora imagínate que destruimos totalmente un trozo de materia, en apariencia sin residuos, sin ningún desperdicio. En este caso, si la materia es, en efecto, un conjunto de masa y espíritu, se destruye solamente la masa y queda un remanente indestructible: el Absoluto puro, liberado y activo(…) Queda Dios en estado puro. Una especie de nada química que actúa con extraordinaria energía. Por ser inmaterial no está ligada por ley material alguna. De ello se deduce que puede manifestarse de forma antinatural y en cierto modo milagrosa”[1]
Y es que Dios, según las premisas del libro, está fundido con la materia, de forma que, al eliminar la materia para obtener energía, se genera un proceso en el que el Absoluto, lo Divino, el Espíritu contenido en ésta, queda liberado, manifestándose así la divinidad en el entorno del carburador. De esta forma, la gente que trabaja o vive cerca de estos artefactos se ve impregnada del espíritu liberado y esto hace que cambie su vida. Finalmente esta tremenda expresión liberada y arrebatadora de la divinidad produce un caos mundial terrible, en donde se considera que es mucho mejor que lo Absoluto se encuentre en donde se ha encontrado siempre, es decir, escondido y, en definitiva, quiescente, latiendo en el ser, en la materia, como un potencial subyacente, ya que no podemos abordar la fuerza tan terrible de su presencia infinita desvelada absolutamente, invadiendo toda nuestra finita fisicidad.
El proceso creativo podemos considerar que contiene en sí mismo, en su funcionamiento, algo de la capacidad de esa máquina, del carburador imaginado por Capek. La persona creativa vendría a ser como estos carburadores que transforman la materia, que indaga en el potencial quiescente que la contiene, la mediadora que hace posible la liberación total o parcial de ese potencial.
Se trata de un proceso de rendición a la materia que nos percibe, que percibimos, y que cuando dejamos de mirar como algo ajeno, rindiéndonos a ella, en comunión, (común/unión) nos puede llegar a hablar como si fuera parte de nosotros mismos. Desde esta actitud se da una comprensión de lo que va manifestándose en el proceso creativo, en el acto de interactuar con la materia, de dejarla y dejarnos fluir en conexión con ella, a través del surgimiento de una imagen, o de un objeto, a través en definitiva, del Arte.
Conectarse con lo que se haya quiescente o latiendo entre nuestra fisicidad y la de la materia que presenciamos, que se manifiesta y, a su vez, nos presencia, dándole unidad, aunando. Liberar, o tal vez simplemente dejar ser y mostrar esa energía potencialmente contenida.
Como si una pintura, una imagen, fuera una especie de crisálida, contenedora de un Absoluto, al que hay que dejar tiempo y silencio para vislumbrar, hasta que la imagen alumbre y lo que se hallaba quiescente aflore, irradiando su energía, tal vez como la de un agujero negro, devoradora e implacable, o como la de una semilla, mostrando su esplendor cuando deviene en fruto o flor aquello que la contiene.
Así pues, el cuadro, el objeto, el cuerpo, la materia en un estado de quiescencia, se prepara para ser transformado[2]. Esta será la función del arte, facilitar un estado de despierta quietud donde el potencial quiescente que nos contiene devenga en plenitud.
Loreto Blanco Salgueiro
Cangas, 26 de septiembre de 2011
Artículo publicado en el libro Arte:Diccionario ilustrado. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Vigo. ISBN: 978-84-8158-570-4
[1] RUR y La fábrica de lo Absoluto, Karel Capek, ed. Minotauro, Barcelona, 2003, pp120
[2] “La materia, en un estado quiescente, se prepara a si misma para ser transformada”, es el título que el artista Kwibum Cheng pone a uno de sus vídeos de animación, en donde muestra el viaje interior de una persona para encontrar su verdadero propósito en la vida.